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Tanta dicha no era cierta.

Y a sus quince años sabía que algo había cambiado, algo era diferente, veía a su oso de peluche con otros ojos, ya no era ese dulce y tierno oso que la acompañó por tanto tiempo desde niña, aquel amigo de noches tristes por castigos injustos, noches tenebrosas por cortes de luz inesperados, de días y tardes llenas de juego en la que su invitado  favorito para tomar el té con sus muñecas era él, compañero de historias inconclusas, miradas de asombro, gestos de... No sé  ¿Eso qué es? y ausencias cuando era víctima de la lavadora. El mismo que veía colgado de la cuerda de lavado esperando a ser bajado de ahí para ser puesto en su lugar.
Ahora parecía ser un ridículo y patético oso de peluche. De esos que uno ve por ahí y dice: Que feo. Que tonto oso. De esos que tiene bajo perfil entre los jóvenes y su incomprendida adolescencia.

-¿Qué haces? Pregunto su hermana menor.
- Mirando a ver qué hago con este oso. Respondió.
- Aaah… regálamelo si? Es lindo.
-¿Te gusta?
- ¡Si mucho! Sus ojos brillaban tanto como a ella cuando era apenas si aún más chica. Aunque ahora se creyera mucho “mayor”; más “grande”.
-Tómalo. Es tuyo.
-¡¡ Gracias !!

Su dulce hermana se fue dando brincos por toda la casa al tener un nuevo oso para su cuarto.
Pasada la tarde se encontró a su hermana jugando con su… ex oso de peluche. Los vio tan felices que en lugar de recordar sus años de juego, le dio rabia y en un gesto de inconformidad, arrepentimiento y enojo lo dijo todo.

-¿Qué haces hija? Preguntó su mamá.
-Viendo cómo cambian las cosas de pronto… tan pronto.
-Todos y todo vive en un constante cambio. Son cosas de la vida cielo.
- ¿Hasta los amigos?
-Hasta los amigos sí. Pero lo bonito de todo son los recuerdos que nos dejan.
-Sí, pero hay a quienes ni siquiera el recuerdo les queda. Lo decía mirando a su oso feliz mientras tomaba el té con su hermana. – Es como si tanta dicha no hubiese sido cierta.
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