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Tomé parte de mi debilidad, algunas de mis más grandes dudas,  unos cuantos recuerdos y dos de mis más grandes errores, y los metí en un  vaso de agua para convertirlos en tormenta…

Espere a que se agitaran más de lo debido, al estar sumergidos en aquel líquido transparente que por momentos parecía ser más lodo de lo pesado que se le veía  ser. Pero lo único que logré, fue cansarme de esperar lo que quería ver, y nunca sucedió…

Fue entonces, que pude observar, como en cada vuelta se fueron diluyendo todas esas cosas, como cuando un cubo de azúcar lo hace para endulzar un café…

Desde entonces comprendí, que lo malo de hacer una tormenta en un vaso de agua, es que se espera lo que no tiene por qué pasar… Que todo suele diluirse incluso por más “dura” o pasajera que sea la misma, o nuestras intenciones de agitar todo hasta un punto de quiebre…

Que todo se descompone…

Hasta lo más pesado tiende a desaparecer, y el agua vuelve a la tranquilidad, sin alterar su esencia.

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