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Ella pidió un milagro.
 - De imposibles se vislumbra el horizonte. Dijo. Siendo consiente ya de ello.
Encontró su milagro al otro día debajo de la almohada. Lo tomó y simplemente lo dejo a un lado.
 –Se me hace conocido. Yo ya había visto este tipo de milagros en algún lado pero no recuerdo bien en donde.

Se lo llevó consigo y lo cargó durante dos días en el bolso. Sabía que si lo mantenía cerca, lo iba a reconocer… o por lo menos se iba a acostumbrar de tenerlo con ella.

Al tercer día lo sacó y lo volvió a mirar. Lo miraba detalladamente. Buscaba el momento en el que ese milagro y ella tuvieran una conexión completa. Caminaba de un lado al otro tratando de recordar de dónde se le hacía conocido ese milagro. Evocaba el momento justo en el que lo pidió, para así relacionar el por qué de haberlo pedido y así ya no verlo, sentirlo tan extraño…

Se llenó de silencio. Ya no supo si lo que sentía era extrañeza o incertidumbre por no entender de dónde provenía ese hecho de sentirlo conocido. Ahora le era imposible reconocer que ese milagro era justamente lo que ella había pedido…  Un milagro lleno de nada empacado el vacío.

Lo único que se le olvidó por un momento fue  que los milagros suelen venir de esa forma para dar a conocer que lo que de nada proviene, de vacíos se llena. Una prueba divina con ello de que lo que por agua viene por agua se va.  Tomó de nuevo su milagro,  pero esta vez lo guardó en una vieja botella de vino que tenía en la cocina de la casa haciendo nada.
– Te quedarás aquí. Dijo. Para poder reconocerte si te llego a ver de nuevo en algún otro momento y así no perderte de vista.

Dejó la botella en su lugar y  el milagro en donde se beben poner los milagros. En botellas de vino viejas, para que con el paso del tiempo se añejen entre recuerdos y de ellos se obtenga el mejor sabor.
Así, nacido de la nada.
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